Siempre tuvo que resignarse a muchas cosas, a pesar del llanto nunca estaría en la ciudad que le prometieron ¿o qué ella se prometio a sí misma?
De nuevo en el parque, el mismo sueter morado, pero ahora Calamaro en sus oídos.
Todo oscureció, las luces se hicieron tan azules que el cielo no le cabía en sus botas, ella sonreía: le sonreía a él, a ellas, a la imposibilidad que se había quedado sin nombre.
Un día decidió que lo vería y todo el deseo se consumo cuando lo soñó, cuando el tren llegó y cantó descaradamente, no la miró a los ojos, pero se detuvo un instante para que ella subiera.
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2 comentarios:
pues claro, sólo basta pedir un deseo cuando pase el tren
:)
el cielo no cabía en sus botas :)
:D Salud por esta primera entrada de Conejo Vacío. Los trenes deberían pasar con la misma frecuencia que los camiones ¬¬ Enhorabuena!! (y esa palabreja qué?)
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